Protestas,
realidad e ideales
Martín
Tanaka
En los últimos días hemos visto protestas y
controversias en torno a la aprobación de la Ley del Servicio Civil y de la nueva
ley universitaria. Ellas ilustran, cada una a su manera, la distancia que suele
haber en nuestro país entre la realidad y los ideales, distancia que puede
hacer naufragar las mejores intenciones.
Es decir, muchas familias apuestan por los estudios
superiores no porque aspiren a tener una formación que cumpla con estándares
internacionales, sino simplemente a tener mejores oportunidades de ingreso. Mal
que bien, se percibiría que estudiar en una universidad, aunque de calidad
dudosa, es mejor que no hacerlo en ninguna. Desde este punto de vista, se
entiende que muchos rechacen la posibilidad de que sus universidades se vean en
riesgo. A lo que se aspira es a recibir apoyo para que esas instituciones
mejoren, aunque el logro de la acreditación se vea muy lejano o imposible.
Siendo las cosas así, planear e implementar una
reforma debe asumir la existencia de las reglas “informales”, pero reales en la
práctica, que rigen el funcionamiento de nuestro Estado, y de las expectativas
de los ciudadanos en sus relaciones con el Estado y las instituciones en
general. En el Perú tenemos una larga historia que recordar de lo difícil que
es introducir criterios modernos y liberales en contextos regidos por otro tipo
de órdenes tradicionalistas.
Simplemente,
no va
Rosa María Palacios
Las cosas no vienen bien para los Humala en el
poder. En el plano económico, desconfianza empresarial en alza, enfriamiento
del consumo interno, falta de gran inversión por obstáculos burocráticos y
sociales, una –no tan dramática– caída de precios de metales así como el alza
de algunos precios sensibles para el ama de casa. En el plano político, dos
sectores con gran capacidad de movilización en la protesta callejera: servidores
públicos y estudiantes universitarios. Una oposición en guerra con apristas
batallando contra la megacomisión y fujimoristas vengando un indulto no
concedido. A esto, añádase unos aliados hundidos en una denuncia de corrupción
y unos ex aliados formando un frente, que no será hábil para ganar votos pero
sí para agitar socialmente.
Era obvio que el tema de la postulación a la
presidencia el 2016 de Nadine Heredia (o la “reelección conyugal” como
astutamente la calificó Alan García) se estaba convirtiendo en el principal
flanco de ataque y por tanto motivo de debilidad del régimen. Durante el último
año el tema se mantuvo en debate por expreso deseo de la pareja presidencial,
la que con su ambigüedad y medias tintas gozaba burlándose de quienes les requerían
por respuestas. Hace pocos meses, en la desastrosa entrevista, para Ollanta
Humala, que dio a Nicolás Lúcar y David Rivera, su respuesta sobre este tema
fue “que sufran”. Igual que en la ambigüedad de Repsol, la arrogancia lo ganó.
Quienes han terminado sufriendo son él y su gobierno.
“Ni un minuto antes ni un minuto después”, frase
favorita de Humala para crear lo que él cree es un suspenso dramático que le
permite un alarde de poder, ha resultado una evidencia de su pésimo sentido de
la oportunidad para tomar decisiones. Llegó tarde en lo de Repsol, llegó tarde
con lo del indulto a Fujimori y, este viernes, llegó tarde con la postulación
de Nadine.
Estas tardanzas no son gratuitas. Causan daño. Las
consecuencias en política económica están a la vista. La creciente desconfianza
en un régimen que aspira, inmoral e ilegalmente, a perpetuarse en el poder
genera retracción de inversiones, depreciación de papeles peruanos,
desaceleración del consumo interno y, por consecuencia, caídas en bolsa que
afectan fondos de inversión de miles de peruanos.
Aposté que Nadine Heredia no postularía. No porque
no fuera ambiciosa políticamente, que lo es, sino porque siempre he creído que
primaría su inteligencia y lealtad con su esposo. En un primer momento pudo
haberle convenido regodearse en su alta popularidad y explotar su habilidad en
comunicación popular para apostar por la ambigüedad. Creía yo que de esa forma
alineaba lealtades internas que empezaban a dispersarse. Sin embargo, la
estrategia, en manos de apristas y fujimoristas, resultó un boomerang con el
paso de los meses. Ollanta Humala y su esposa no han hecho sino caer en
aceptación popular porque el pueblo está escaldado con las reelecciones desde
Fujimori y porque el tema ha copado todo debate y toda capacidad de propuesta
en cualquier otro aspecto de las poquísimas reformas serias de este gobierno.
En Defensa
del Frente Amplio
Steven
Levitsky
La formación del Frente Amplio de izquierda (FA) ha
generado más escepticismo que entusiasmo. Después de casi 25 años de fracaso e
irrelevancia electoral, otro relanzamiento de la izquierda parece una película
ya vista varias veces.
Pero existe un camino intermedio entre el partido
testimonial y la “gran transformación” que sufrió Humala en 2011. El FA puede
buscar establecerse, por ahora, como un partido de oposición serio. Podría
mantener un perfil más izquierdista en 2016, apuntando al 10% del electorado
que tiene una orientación izquierdista (No sería fácil. La izquierda no supera
2% del voto desde 1990. Necesitaría un candidato mucho mejor que los que tiene
hoy.) Un rendimiento electoral de 8-10% no ganaría la presidencia, pero sí permitiría
la elección de algunas caras nuevas al Congreso. Si los nuevos congresistas
hicieran una oposición creativa, capaz y honesta, ayudaría a establecer al FA,
poco a poco, como un partido de oposición serio.
Probablemente habría otra derrota en 2021. Pero una
década en la oposición, como una fuerza legislativa seria, haría posible la
formación de una identidad partidaria, el surgimiento de una nueva generación
de líderes (algo imprescindible para la izquierda), y la acumulación de
experiencia y, quizás, credibilidad.
En 2026, tal vez el FA estaría en condiciones de
competir con Alan, que solo tendría 77 años.
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