martes, 9 de julio de 2013

LA REPÚBLICA 7 DE JULIO

Protestas, realidad e ideales

Martín Tanaka


En los últimos días hemos visto protestas y controversias en torno a la aprobación de la Ley del Servicio Civil y de la nueva ley universitaria. Ellas ilustran, cada una a su manera, la distancia que suele haber en nuestro país entre la realidad y los ideales, distancia que puede hacer naufragar las mejores intenciones.

Es decir, muchas familias apuestan por los estudios superiores no porque aspiren a tener una formación que cumpla con estándares internacionales, sino simplemente a tener mejores oportunidades de ingreso. Mal que bien, se percibiría que estudiar en una universidad, aunque de calidad dudosa, es mejor que no hacerlo en ninguna. Desde este punto de vista, se entiende que muchos rechacen la posibilidad de que sus universidades se vean en riesgo. A lo que se aspira es a recibir apoyo para que esas instituciones mejoren, aunque el logro de la acreditación se vea muy lejano o imposible.

Siendo las cosas así, planear e implementar una reforma debe asumir la existencia de las reglas “informales”, pero reales en la práctica, que rigen el funcionamiento de nuestro Estado, y de las expectativas de los ciudadanos en sus relaciones con el Estado y las instituciones en general. En el Perú tenemos una larga historia que recordar de lo difícil que es introducir criterios modernos y liberales en contextos regidos por otro tipo de órdenes tradicionalistas.

Simplemente, no va

 Rosa María Palacios

Las cosas no vienen bien para los Humala en el poder. En el plano económico, desconfianza empresarial en alza, enfriamiento del consumo interno, falta de gran inversión por obstáculos burocráticos y sociales, una –no tan dramática– caída de precios de metales así como el alza de algunos precios sensibles para el ama de casa. En el plano político, dos sectores con gran capacidad de movilización en la protesta callejera: servidores públicos y estudiantes universitarios. Una oposición en guerra con apristas batallando contra la megacomisión y fujimoristas vengando un indulto no concedido. A esto, añádase unos aliados hundidos en una denuncia de corrupción y unos ex aliados formando un frente, que no será hábil para ganar votos pero sí para agitar socialmente.

Era obvio que el tema de la postulación a la presidencia el 2016 de Nadine Heredia (o la “reelección conyugal” como astutamente la calificó Alan García) se estaba convirtiendo en el principal flanco de ataque y por tanto motivo de debilidad del régimen. Durante el último año el tema se mantuvo en debate por expreso deseo de la pareja presidencial, la que con su ambigüedad y medias tintas gozaba burlándose de quienes les requerían por respuestas. Hace pocos meses, en la desastrosa entrevista, para Ollanta Humala, que dio a Nicolás Lúcar y David Rivera, su respuesta sobre este tema fue “que sufran”. Igual que en la ambigüedad de Repsol, la arrogancia lo ganó. Quienes han terminado sufriendo son él y su gobierno.
“Ni un minuto antes ni un minuto después”, frase favorita de Humala para crear lo que él cree es un suspenso dramático que le permite un alarde de poder, ha resultado una evidencia de su pésimo sentido de la oportunidad para tomar decisiones. Llegó tarde en lo de Repsol, llegó tarde con lo del indulto a Fujimori y, este viernes, llegó tarde con la postulación de Nadine.
Estas tardanzas no son gratuitas. Causan daño. Las consecuencias en política económica están a la vista. La creciente desconfianza en un régimen que aspira, inmoral e ilegalmente, a perpetuarse en el poder genera retracción de inversiones, depreciación de papeles peruanos, desaceleración del consumo interno y, por consecuencia, caídas en bolsa que afectan fondos de inversión de miles de peruanos.

Aposté que Nadine Heredia no postularía. No porque no fuera ambiciosa políticamente, que lo es, sino porque siempre he creído que primaría su inteligencia y lealtad con su esposo. En un primer momento pudo haberle convenido regodearse en su alta popularidad y explotar su habilidad en comunicación popular para apostar por la ambigüedad. Creía yo que de esa forma alineaba lealtades internas que empezaban a dispersarse. Sin embargo, la estrategia, en manos de apristas y fujimoristas, resultó un boomerang con el paso de los meses. Ollanta Humala y su esposa no han hecho sino caer en aceptación popular porque el pueblo está escaldado con las reelecciones desde Fujimori y porque el tema ha copado todo debate y toda capacidad de propuesta en cualquier otro aspecto de las poquísimas reformas serias de este gobierno.

En Defensa del Frente Amplio
                      
Steven Levitsky

La formación del Frente Amplio de izquierda (FA) ha generado más escepticismo que entusiasmo. Después de casi 25 años de fracaso e irrelevancia electoral, otro relanzamiento de la izquierda parece una película ya vista varias veces.

Pero existe un camino intermedio entre el partido testimonial y la “gran transformación” que sufrió Humala en 2011. El FA puede buscar establecerse, por ahora, como un partido de oposición serio. Podría mantener un perfil más izquierdista en 2016, apuntando al 10% del electorado que tiene una orientación izquierdista (No sería fácil. La izquierda no supera 2% del voto desde 1990. Necesitaría un candidato mucho mejor que los que tiene hoy.) Un rendimiento electoral de 8-10% no ganaría la presidencia, pero sí permitiría la elección de algunas caras nuevas al Congreso. Si los nuevos congresistas hicieran una oposición creativa, capaz y honesta, ayudaría a establecer al FA, poco a poco, como un partido de oposición serio.

Probablemente habría otra derrota en 2021. Pero una década en la oposición, como una fuerza legislativa seria, haría posible la formación de una identidad partidaria, el surgimiento de una nueva generación de líderes (algo imprescindible para la izquierda), y la acumulación de experiencia y, quizás, credibilidad.
En 2026, tal vez el FA estaría en condiciones de competir con Alan, que solo tendría 77 años.

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